Me encanta el olor del cigarro…me gusta aún más cuando escucho música en la obscuridad. Tal vez se hizo costumbre desde que inicié el camino de la introspección. No es todas las noches, pero en muchos momentos en que tan solo quiero sentir cada una de las partículas que existen a mi alrededor me recuesto, enciendo mi cigarrillo y me atrevo a sentir las vibraciones en mi piel…Majestuoso.
Cada que el minúsculo vello en mi cuerpo se estremece al unísono, los recuerdos vienen a mi mente. Y como ya te dije, no los sufro, ni los revivo…solo son recuerdos, bellos recuerdos que tu corazón atesora. Otra de las cosas que me ha llevado tiempo comprender, es la individualidad y la libertad interior que tiene un ser humano. Aquella individualidad que te hace reconocerte frente al otro, para posteriormente compartirte junto a él.
Pero si hace algún tiempo me hubiese preguntado sobre esto, yo no habría sabido que decir. Tal vez te hubiese repetido lo que un buen libro me dijo, o aquello que escuché en alguna clase. Sin embargo, en este momento puedo hablarte de ello. Tal vez aún un poco revuelto, tal vez un poco tierno, pero sí con la seguridad de quien ha vivido y ha disfrutado de estos días de su vida.
Hablar de lo perdemos a lo largo de los años, no creo sea un tema interesante. No lo es, porque tal vez en realidad no perdemos nada. Al pasar del tiempo te vas dando cuenta de lo que dejamos ir, y con todo aquello que nos quedamos. Como la pequeña cobija que arrastramos y con la cual arrastramos también toda aquella pelusita que existe en el camino.
En ocasiones me siento así. Como la niña que arrastra su cobijita y se entretiene sin dejarla tirada por ahí. Adherida a los objetos de transición que mantiene una meta sin cumplir. Pero no pretendo hablar de duelo inconclusos, porque para ello nos tendríamos que remitir a mi querida tanatología. Por lo que regresamos a ese tema de desprendimiento que existe entre el otro y tú, cuando en tus primeras líneas de vida no has logrado la individualidad y te ha condenado a extenderte hacia los demás. Ese tipo de cuestiones no es fácil, oh! claro que no. Por lo que ese tipo de situaciones lo dejaremos para lo expertos.
Por el momento tan solo me referiré a esas partidas, a esos desprendimientos que llegan a ser significativos en tu vida. Aquellos simples, como perder una muela hasta aquel que te hace cambiar el rumbo de tu vida y probablemente renunciar a unos sueños para poder crear otros. Alguna vez lo creí imposible. Hoy en día sé, que si bien uno no cumple sus sueños el día y hora señalados, puede crear otro espacio alterno, en donde sumergirse y crear entonces otra meta de vida, otro objetivo, otro plan sea una tarea fácil.
Creo que no todas las despedidas son tristes, ni tienen que causar dolor. Existen muchas que te crean un cierto alivio, en donde el desprendimiento sano te hace crecer inmediatamente sales del cascarón. Pero hay otras, que resultan ser como el nacimiento de las mariposas. En lo particular, solo hay una despedida en especifico que me carcome el alma...aquella en que crees tener todo y de repente volteas y todo tiene una tonalidad diferente...Esa despedida me duele...esa donde la palabra amor está de por medio, esa donde haces daño o te hacen daño sin pensarlo...esa despedida que uno no quiere que suceda...
Y que sin embargo, se hace presente. De este tipo de despedidas por muchos años preferí no hablar. Hasta que un buen día, para mi buena suerte también. Me vi ante lo inevitable. Era momento, primero de: SOLTAR, segundo: DEJAR IR, y finalmente de PERDONAR.
Estas tres palabritas, me parecían cosas de nada. Me atrevía exponer frente a las personas la importancia de perdonar. Pero te confesaré, sabía en el fondo que yo misma requería hacerlo para poder continuar. Y probablemente lo más fácil será perdonar al otro. Pero cuando se trata de perdonarte a ti mismo/a, requiere de un gran coraje, de una gran carácter.
El significado de “perdonar” es sagrado para las personas, para pueblos enteros, para la humanidad. Porque radica en un acto deliberado, algunas personas afirman, que antes que nada, es un acto de Fé. Creo que probablemente sea un acto de fé porque pareciera que con él llega un sentimiento de liberación. La vista deja de nublarse y entonces puedes ver con claridad los bosques y ríos de tu alrededor.
Para mí entonces, el perdón se convierte en un acto de fé porque dejas atrás el dolor y el resentimiento, que te llevan a ti mismo a la liberación. Puede haber dolor por algunos momentos, eso es cierto, pero eso jamás significará ni justificará el hecho de querer dañar a un tercero, y principalmente de dañarte a ti mismo. Cada piedra que tiras, te rebota y el dolor puede hacerse mucho más intenso. Sin embargo, ¿cuántas veces no nos obligamos a seguir recordado negativamente y a odiar?
Y hago la fiel aclaración que yo no tengo nada contra el recuerdo, no creo que el recuerdo tenga que venir acompañado de sufrimiento. Creo que podemos seguir amando y queriendo a una persona de una manera diferente. Nada es estático, nuestros sentimientos tampoco lo son, por lo tanto podemos transformarlos de alguna manera, cuando nosotros lo decidamos.
En ocasiones, cuando la luz resplandece en tu interior, sólo te dedicas a contemplar lo bello de la vida, de tu vida. No me parece inadecuado, prefiero empezar a hacerlo aún cuando las cosas no parecen ir tan bien, o cuando las personas por alguna circunstancia se tienen que ir. Como sea, es preferible observarte y seguir contemplando tu bello interior y luego, entonces, observas lo que sí eres, lo que sí tienes, y dejar que el tiempo no se apodere de ti.
En alguna ocasión puse un “stop” a mi vida, y avance en automático. Comí por comer, dormí por dormir, desee por desear. Y se me olvidó disfrutar de la exquisitez de la vida. AHORA, al despertar y ver entrar nuevamente el sol por mi ventana acompañado de su amigo el viento lo pienso: No importa cuando se presente, sólo que llegue. Tiempo de perdón, tiempo de descanso, tiempo de vida. Llego hoy ante ti, haciendo un recuento de mis HISTORIAS DE RECUERDOS, sabiendo que ha llegado a mi uno de los sentimientos más puros y sanos…
Cada que el minúsculo vello en mi cuerpo se estremece al unísono, los recuerdos vienen a mi mente. Y como ya te dije, no los sufro, ni los revivo…solo son recuerdos, bellos recuerdos que tu corazón atesora. Otra de las cosas que me ha llevado tiempo comprender, es la individualidad y la libertad interior que tiene un ser humano. Aquella individualidad que te hace reconocerte frente al otro, para posteriormente compartirte junto a él.
Pero si hace algún tiempo me hubiese preguntado sobre esto, yo no habría sabido que decir. Tal vez te hubiese repetido lo que un buen libro me dijo, o aquello que escuché en alguna clase. Sin embargo, en este momento puedo hablarte de ello. Tal vez aún un poco revuelto, tal vez un poco tierno, pero sí con la seguridad de quien ha vivido y ha disfrutado de estos días de su vida.
Hablar de lo perdemos a lo largo de los años, no creo sea un tema interesante. No lo es, porque tal vez en realidad no perdemos nada. Al pasar del tiempo te vas dando cuenta de lo que dejamos ir, y con todo aquello que nos quedamos. Como la pequeña cobija que arrastramos y con la cual arrastramos también toda aquella pelusita que existe en el camino.
En ocasiones me siento así. Como la niña que arrastra su cobijita y se entretiene sin dejarla tirada por ahí. Adherida a los objetos de transición que mantiene una meta sin cumplir. Pero no pretendo hablar de duelo inconclusos, porque para ello nos tendríamos que remitir a mi querida tanatología. Por lo que regresamos a ese tema de desprendimiento que existe entre el otro y tú, cuando en tus primeras líneas de vida no has logrado la individualidad y te ha condenado a extenderte hacia los demás. Ese tipo de cuestiones no es fácil, oh! claro que no. Por lo que ese tipo de situaciones lo dejaremos para lo expertos.
Por el momento tan solo me referiré a esas partidas, a esos desprendimientos que llegan a ser significativos en tu vida. Aquellos simples, como perder una muela hasta aquel que te hace cambiar el rumbo de tu vida y probablemente renunciar a unos sueños para poder crear otros. Alguna vez lo creí imposible. Hoy en día sé, que si bien uno no cumple sus sueños el día y hora señalados, puede crear otro espacio alterno, en donde sumergirse y crear entonces otra meta de vida, otro objetivo, otro plan sea una tarea fácil.
Creo que no todas las despedidas son tristes, ni tienen que causar dolor. Existen muchas que te crean un cierto alivio, en donde el desprendimiento sano te hace crecer inmediatamente sales del cascarón. Pero hay otras, que resultan ser como el nacimiento de las mariposas. En lo particular, solo hay una despedida en especifico que me carcome el alma...aquella en que crees tener todo y de repente volteas y todo tiene una tonalidad diferente...Esa despedida me duele...esa donde la palabra amor está de por medio, esa donde haces daño o te hacen daño sin pensarlo...esa despedida que uno no quiere que suceda...
Y que sin embargo, se hace presente. De este tipo de despedidas por muchos años preferí no hablar. Hasta que un buen día, para mi buena suerte también. Me vi ante lo inevitable. Era momento, primero de: SOLTAR, segundo: DEJAR IR, y finalmente de PERDONAR.
Estas tres palabritas, me parecían cosas de nada. Me atrevía exponer frente a las personas la importancia de perdonar. Pero te confesaré, sabía en el fondo que yo misma requería hacerlo para poder continuar. Y probablemente lo más fácil será perdonar al otro. Pero cuando se trata de perdonarte a ti mismo/a, requiere de un gran coraje, de una gran carácter.
El significado de “perdonar” es sagrado para las personas, para pueblos enteros, para la humanidad. Porque radica en un acto deliberado, algunas personas afirman, que antes que nada, es un acto de Fé. Creo que probablemente sea un acto de fé porque pareciera que con él llega un sentimiento de liberación. La vista deja de nublarse y entonces puedes ver con claridad los bosques y ríos de tu alrededor.
Para mí entonces, el perdón se convierte en un acto de fé porque dejas atrás el dolor y el resentimiento, que te llevan a ti mismo a la liberación. Puede haber dolor por algunos momentos, eso es cierto, pero eso jamás significará ni justificará el hecho de querer dañar a un tercero, y principalmente de dañarte a ti mismo. Cada piedra que tiras, te rebota y el dolor puede hacerse mucho más intenso. Sin embargo, ¿cuántas veces no nos obligamos a seguir recordado negativamente y a odiar?
Y hago la fiel aclaración que yo no tengo nada contra el recuerdo, no creo que el recuerdo tenga que venir acompañado de sufrimiento. Creo que podemos seguir amando y queriendo a una persona de una manera diferente. Nada es estático, nuestros sentimientos tampoco lo son, por lo tanto podemos transformarlos de alguna manera, cuando nosotros lo decidamos.
En ocasiones, cuando la luz resplandece en tu interior, sólo te dedicas a contemplar lo bello de la vida, de tu vida. No me parece inadecuado, prefiero empezar a hacerlo aún cuando las cosas no parecen ir tan bien, o cuando las personas por alguna circunstancia se tienen que ir. Como sea, es preferible observarte y seguir contemplando tu bello interior y luego, entonces, observas lo que sí eres, lo que sí tienes, y dejar que el tiempo no se apodere de ti.
En alguna ocasión puse un “stop” a mi vida, y avance en automático. Comí por comer, dormí por dormir, desee por desear. Y se me olvidó disfrutar de la exquisitez de la vida. AHORA, al despertar y ver entrar nuevamente el sol por mi ventana acompañado de su amigo el viento lo pienso: No importa cuando se presente, sólo que llegue. Tiempo de perdón, tiempo de descanso, tiempo de vida. Llego hoy ante ti, haciendo un recuento de mis HISTORIAS DE RECUERDOS, sabiendo que ha llegado a mi uno de los sentimientos más puros y sanos…